“Ámbar” y “Pistoleros”: dos novelas de chicas a los tiros
Publicado: 08-03-2022
“Ámbar” y “Pistoleros”: dos novelas de chicas a los tiros
Son las nuevas apuestas de Editorial Revólver. Sus autores, Nicolás Ferraro y Paula Castiglioni, conversan en esta nota sobre el género negro, tan cercano a la realidad que los límites se vuelven demasiado difusos.
¿Sexo débil?
¿Quién inventó eso?
Ni putas ni santas. Rebeldes. Bravas. Dueñas de su propia historia. Los personajes femeninos avanzan en el género noir y a ellos apuesta Editorial Revólver, que acaba de publicar “Ámbar”, la cuarta novela de Nicolás Ferraro, y “Pistoleros”, la primera de Paula Castiglioni.
Ámbar tiene quince años y sueña con ser solo una adolescente. Teñirse el pelo de rosa, escuchar música, enamorarse por primera vez. Pero ser la hija de Víctor Mondragón significa identidades falsas, hoteles de paso, heridas de bala y una escopeta como única amistad. Arrastrada por su padre en la caza del hombre que intentó matarlo, luchará por no desgarrarse, tironeada por la violencia que conllevan sus lazos de sangre y la posibilidad redentora de una vida nueva. Narrada con un estilo ágil y rápido, alternando acción con pasajes de puro y desencantado lirismo, “Ámbar” es una novela de iniciación en clave noir.
“Pistoleros” viene de ganar un premio internacional de narrativa de la Universidad Autónoma del Estado de México. Anita, su protagonista, fue vendida por su madre a una red de trata y años después se convierte en novia de Jano, un violento narcotraficante. En medio de una rutina de pasión y palizas, se va a vivir con ellos Dante, el nuevo jefe de seguridad de la banda. Sin embargo, este hombre atractivo y de pocas palabras no es lo que parece. Anita descubre su secreto y tiene miedo de perder todo. ¿Cuál será su decisión? ¿Le será fiel a su novio psicópata o le seguirá el juego a ese extraño que le promete una vida llena de libertad pero sin lujos?
A continuación, Nicolás Ferraro y Paula Castiglioni conversan sobre sus obras y el género negro y la escritura.
Paula Castiglioni: Nico, me intriga saber cómo se gestó “Ámbar”. Seguís inmerso en el género negro, pero con esta novela conocemos una faceta tuya diferente.
Nicolás Ferraro: “Ámbar” tiene varios inicios, deformaciones, descartes. El más notorio fue allá por el 2019 cuando apareció ese nombre, un tatuaje, “Ámbar” como una cicatriz. Habrá sido media página. Otro principio alternativo. Una historia de hija y padre, pero con más un cast familiar extendido, una trama distinta, y otra relación entre estos personajes principales. La había pensado para un proyecto que vengo trabajando hace tiempo, de nouvelles fronterizas, pero sentía que era una historia que necesitaba más páginas, que no entraba en una nouvelle, que era la prioridad. Con lo cual la cajoneé.
En abril de este año, recién mudado, en el ballotage de la cuarentena, seguía batallando con el quinto o sexto proyecto de nouvelle cuando me avisan que eso viene demorado por la pandemia, y dije, tiempo muerto, necesito algo que no me asfixie en cuanto a palabras y recordé ese comienzo. Y fue dinamitar, empezar de cero, con solo hija y padre, dos o tres versiones de un primer capítulo y volver a esa versión original.
La empecé a escribir ahí, en una casa con un escritorio, la compu, algunos libros tirados por ahí y no mucho más. Pero había una historia que quería contar, que sabía dos o tres cosas y quería conocer el resto. Quería demostrarme que podía terminar una novela, porque con esas cinco o seis, que arranqué y no concluí —postergué suena mejor que abandonar—, me empezaban a pesar.
Respecto a lo de la veta, a veces uno es su peor crítico en un doble sentido. Por lo duro y por cierta ceguera con su propio libro, al verlo de tan cerca. Creo que está emparentado con búsquedas anteriores, tanto estéticas como de ambiente, pero que al cambiar el punto de vista, cambia también lo subjetivo que se retrata, la voz, las palabras con que se deciden narrar los acontecimientos, acontecimientos similares, pero que se vuelven diferentes al estar pasados por el tamiz de los ojos de una chica de quince a la que le presté alguna experiencia en los fichines, ciertas experiencias de un mundo que se desintegra y esas ganas de que dure un poco más, de creer que las cosas pueden cambiar, o que las cosas no son lo que parecen —el tag de cualquier novela de género negro—. Como decíamos el otro día, las novelas como telas que se entrecruzan. Algunas te muestran. Otras te ocultan.
Entonces, te pregunto, qué hay de esa “Anita” original a la que agradecés al final de “Pistoleros”, de esa historia del libro como un refugio, de las historias como remedio o al menos como anestésico, y de cómo fue pensar “Pistoleros” y bajar eso al papel.
PC: Esa Anita que menciono al final del libro, aclarando que esta no es su historia, es una adolescente que entrevisté en 2014. Había sido entregada por su madre a una red de trata cuando era una niña y logró escapar por sí misma años después. Como era menor, no podíamos saber su nombre real, y cuando le pregunté cómo quería que la llamáramos, me contestó: “Anita, por Ana Frank”. Es que ella quería escribir algún día su historia, por eso le regalé una netbook, porque sé que la escritura es sanadora. Lo que más me impactó fue su resiliencia, decía que si un día se volvía a topar con su madre o el captor, les diría que a pesar de todo, no le sacaron las ganas de vivir. Esa nota lamentablemente no fue emitida, nunca supe las razones, encima el material crudo se perdió. Su abogada se ofendió, lo tomó como algo personal, como si yo pudiera manejar el contenido del medio donde soy empleada. Lo que más pena me da es que Anita abrió su corazón a nuestro equipo y no pudimos ayudarla. Su mirada cargada de sueños me persiguió por años, y cuando tuve que pensar en una heroína, tomé su resiliencia. Seguramente su presente sea mucho más feliz que las aventuras que le deparan a mi protagonista.
Me gusta que hables de la escritura como anestésico, porque hay demonios que no siempre podés exorcizar con la catarsis. Y mientras te sumergís en la ficción, tu mente escapa como si estuvieras meditando.
“Pistoleros”, aunque sea una narconovela, se gestó en un año difícil para mí, tenía mucha bronca y dolor. A medida que indagué en las luces y sombras de los personajes, comencé a observar mejor a mi alrededor. Y confirmé algo que ya sabía, pero no lo palpaba. Nadie es tan hijo de puta ni tan santo como se cree. Me parece que por eso me siento cómoda en el género negro, porque profundiza en los grises de la moral.
Bajar “Pistoleros” al papel tuvo un proceso de investigación sobre el narcotráfico y también sobre estructuras narrativas. Mi idea era hacer una novela romántica, pero que me gustara a mí, con personajes complejos y amores retorcidos. Quise incluir el narco porque yo misma soy lectora del género. Me parecía interesante crear un híbrido.
Nico, me dejaste pensando con esta frase: “… ciertas experiencias de un mundo que se desintegra y esas ganas de que duren un poco más”. ¿A qué tipo de experiencias te referís?
NF: En el caso de “Ámbar”, esas experiencia para la protagonista tienen que ver con preservar cierta confianza en las personas, no cierta inocencia, creo que la inocencia es algo que se vuelve visible una vez que se la abandona, por lo tanto, en cierta manera lo que ella sigue queriendo es saber que su padre tiene más luces que sombras, y que todos sus errores son pasajeros, que al final de ese camino hay una paz a la cual volver, y que “casa” no es una habitación que se paga por día.
Creo que, hasta el día de hoy, todo impulso de escritura es lúdico, no le pido más a ese instante de escritura que el propio ejercicio de tratar de desentramar esa historia que se apareció, esos personajes que quiero narrar, y que todo ejercicio de escritura y lectura, no son más que la
puesta a prueba de la empatía. De conocer a esos personajes como un medio para conocer o entender mejor a lo que nos rodean, y a uno mismo, pero a veces siento que eso es ponerse un poco grandilocuente, o algo que solo aparece una vez que ya el texto se separa de uno, cuando ya no te pertenece a vos solo.
Hablabas de novelas narco, y quería saber qué te atrae de esas novelas.
PC: El narcotráfico es un fenómeno global y sus consecuencias son muy visibles en toda Latinoamérica. Me llama la atención cómo una sustancia prohibida puede generar tanto poder, que llega hasta la justicia, la política y las fuerzas de seguridad. La narcoliteratura toma esta situación de injusticia y la refleja en sus historias. En resumen, lo que me atrae del género es la denuncia. Por qué hay chicos que ven el sicariato como una forma de ascenso social. Por qué hay chicas que quieren un novio narco para salir de la pobreza. Por qué hay viejitas que venden paco desde su ventana para ganarse unos mangos fuera de la jubilación. Estas realidades me llenan de impotencia. Y vos, Nico, ¿por qué te sentís cómodo en el género negro? ¿De qué forma te completa escribir tus historias?
NF: Me interesan los personajes —y las personas, claro— que se encuentran en momentos difíciles, eso los lleva a tener una relación más intensa con el mundo, y también a terminar descubriéndose, lo cual puede ser un bajón.
Más allá del género, sea negro, fantástico, etc., me interesan las vulnerabilidades de las personas, sus miedos, sus pasiones, por encima de que sean contrabandistas, sicarios, la hija de un delincuente de medio pelo.
Me gustan estos personajes que se manejan o mueven en un ambiente criminal, pero que no son necesariamente criminales. Es en ese codearse, dejarse abrazar, o por la necesidad de sumergirse —o ser arrojados— a ese mundo de donde brota una tristeza de tener que vivir —o sobrevivir— una vida que no es la ideal ni está cerca de serlo. Y eso es algo con lo que todos, en mayor o menor medida, podemos relacionarnos y de ahí viene la empatía.
Para cerrar, y retomando lo del principio, me gustaría indagar en cómo ves el cruce entre crónica, no ficción y novela. Dónde creés que se pisan, dónde se potencian. ¿Alguna otra experiencia del periodismo con ganas de bajarla al papel?
PC: Creo que todas las historias existen antes de que las escribamos. Algunos tienen facilidad por transformar en relatos atrapantes aquellos hechos de la realidad. Otros son grandes médiums que canalizan aquellas ficciones que flotan en el Akasha. También tenés a aquellos anfibios que se mueven entre un medio y otro. En el fondo, se trata del arte de narrar.
En cuanto a lo policial, me parece que las fronteras entre ficción y realidad están más difusas que en cualquier otro género. Más de una vez me cuelgo leyendo casos viejos que parecen de película o me sorprendo con noticias actuales con todos los condimentos de una buena novela.
A mí me gusta narrar historias. Tanto la ficción como la no ficción son diferentes desafíos. La no ficción requiere ser riguroso a la hora de investigar, necesitamos la mayor cantidad posible de testimonios de primera mano, trabajo de archivo y muchas veces de terreno. En cambio, la ficción permite jugar más con nuestra imaginación y requiere un mayor esfuerzo creativo.
Fuera de lo laboral, todo lo que escribo nace desde una necesidad del alma. Aunque tome elementos de mis experiencias, solo busco callar esas voces que me aturden y dejar de rumiar dolor.