El enigma del crimen en City Bell: La psiquiatra Virginia Franco, asesinada en su hogar y el empresario que levantó sospechas
Publicado: 17-11-2025

Un corte profundo en el cuello, signos de lucha y un hombre que se presentó voluntariamente como «amigo» de la víctima: así se dibuja el panorama inicial del homicidio de Virginia Franco, una respetada psiquiatra de 62 años, encontrado sin vida en su casa de City Bell este fin de semana. Mientras la hipótesis de un robo frustrado se desvanece ante la falta de evidencia de allanamiento, un empresario de 45 años, Pablo B., permanece en el centro de la tormenta investigativa, aunque las autoridades insisten en que no es sospechoso. Fotos exclusivas de la escena del crimen revelan un hogar revuelto, pero con objetos de valor intactos, alimentando el misterio sobre los motivos y el autor del brutal ataque.
El sábado por la tarde, la tranquilidad del barrio de City Bell, un exclusivo enclave en las afueras de La Plata, se vio interrumpida por el alerta de Pablo B., un empresario divorciado que irrumpió en una comisaría local para denunciar la desaparición de Franco. «Vine porque no tengo noticias de ella desde ayer», habría dicho, según fuentes cercanas a la causa. Horas después, un patrullero lo acompañó hasta la vivienda de la víctima, ubicada en una calle arbolada y residencial. Lo que encontraron adentro heló la sangre: el cuerpo de la psiquiatra yacía en el piso de la sala, con un tajo letal en la yugular que provocó su muerte por shock hipovolémico y desangramiento masivo.
La autopsia, realizada en las últimas horas por el equipo forense de la morgue platense, confirmó lo peor. «El corte fue profundo y preciso, en el lado derecho del cuello, compatible con un arma cortante como un cuchillo de cocina», detalló un informe preliminar al que accedió este medio. Además, el cuerpo presentaba múltiples lesiones defensivas en brazos y manos, evidencia de una feroz resistencia. Franco, viuda desde hacía años y dedicada a su profesión en un consultorio privado, no tenía signos de agresión sexual ni golpes en otras partes del cuerpo. La escena, descrita como «caótica pero selectiva» por los peritos, mostraba cajones abiertos en la habitación principal y un armario revuelto, pero nada indicaba una irrupción violenta: las cerraduras de la puerta de entrada estaban intactas.
La llegada de Pablo B. a la escena no pasó desapercibida. Demorado de inmediato por la Policía Bonaerense, el hombre de 45 años –quien se describió como un «amigo cercano» de la víctima– entregó voluntariamente sus dos teléfonos celulares y accedió a proporcionar la clave de la notebook de Franco para facilitar las pericias. Tras declarar durante varias horas ante el fiscal Álvaro Garganta, de la UFI Nº 7 Descentralizada de La Plata, fue liberado sin cargos. «No es sospechoso en este momento», aseguró una fuente calificada del expediente, aunque admitió que «su rol en la vida de la víctima genera interrogantes». Pablo B., quien según vecinos «entraba y salía de la casa como Pedro por su casa», administraba las cuentas bancarias, plazos fijos y hasta las redes sociales de Franco. «La aisló de todos. Era más que un amigo; la controlaba en todo», relató una vecina anónima, reflejando el malestar del barrio hacia el empresario, 17 años más joven que la psiquiatra.
La investigación, a cargo de la DDI La Plata y bajo la supervisión del fiscal Garganta, avanza a contrarreloj. La hipótesis inicial de un homicidio en ocasión de robo se tambalea: solo faltaba el celular de la víctima, mientras que una notebook, un televisor de 55 pulgadas, un equipo de música y dos automóviles con las llaves puestas permanecían en el lugar. «Es raro. ¿Quién roba solo un teléfono en una casa así?», se preguntan los investigadores. En paralelo, se explora la pista de un posible acosador: dos amigas íntimas de Franco se presentaron en la comisaría para declarar como testigos, sugiriendo que la profesional había recibido mensajes anónimos y llamadas perturbadoras en las semanas previas.
Las pericias pendientes serán clave. Los celulares de Pablo B. están bajo análisis forense, al igual que los registros de impacto de antenas telefónicas para reconstruir sus movimientos el día del crimen. La notebook de la víctima, ya desbloqueada, podría revelar chats o correos que arrojen luz sobre su relación con el empresario. Además, un barrido exhaustivo de cámaras de seguridad en un radio de cinco cuadras busca captar vehículos o personas sospechosas. «Todo apunta a alguien que conocía la rutina de Virginia. Entró sin forzar nada», explicó un oficial de la Bonaerense.
Fotos de la escena, obtenidas por este medio, pintan un cuadro desolador. La puerta de entrada, de madera sólida y sin rastros de manipulación, contrasta con el interior: un armario con puertas entreabiertas en el pasillo, donde peritos recolectaron fibras y huellas dactilares; la sala principal, salpicada de manchas de sangre que delinean la agonía final de la psiquiatra; y el dormitorio, con cajones volcados como si el agresor hubiera buscado algo específico. «Esas imágenes no mienten: fue personal, no un robo al azar», comentaron fuentes policiales.
Mientras la familia de Franco –compuesta por sobrinos y colegas que la recuerdan como una mujer «generosa y dedicada»– exige respuestas rápidas, el caso expone las sombras de la violencia de género y el control en relaciones aparentemente consentidas. ¿Fue Pablo B. un testigo casual o un actor clave en esta tragedia? ¿O acecha un acosador en las sombras? Por ahora, el silencio de City Bell guarda el secreto, pero la Justicia promete no descansar hasta desentrañarlo.